Mano Dura

1,962 vistas· 24/11/25

⁣La entrenadora fisicoculturista era conocida en todo el gimnasio por su figura imponente y su disciplina inquebrantable. Su presencia imponía respeto: músculos definidos, postura firme y una mirada que podía detener cualquier distracción. Una tarde, en la tranquiladad de su casa encuentra a su hijastro masturbandose, ella con voz de mando le hace hacer varias rana, y muchos ejercicios.
Se plantó frente a él con una autoridad que llenó la habitación. Su voz, baja pero contundente, no dejaba espacio para excusas. No estaba allí para humillarlo, sino para dejar claro que el autocontrol y el respeto son la base de cualquier persona que quiera progresar bajo su guía. Mientras él trataba de recomponerse, ella le recordó que entrenar no era solo cosa de músculos, sino de carácter.
Para ella, aquella escena se convirtió en un punto de inflexión: una oportunidad para poner límites, reafirmar su liderazgo y demostrar por qué nadie se atrevía a tomar a la ligera sus normas dentro de la casa.

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